A Jennifer Stuczynski la descubrí en Beijing, en medio de aquella polémica que desató tras su 4.92m, cuando dijo a CNN que iría a la capital china a patear «culos rusos». Pero en el Nido de Pajaros le salió el tiro por la culata, aunque ganó la plata. Luego se hizo recurrente en los podios, y se cambió a Suhr tras casarse, en 2010, con su entrenador.
A Jennifer uno la mira y ve que nació para hacer deportes, quizás por eso su historial va desde el softball hasta el atletismo, pasando por el golf, el futbol y el baloncesto. En este último dejó huella jugando para el Roberts Wesleyan College, donde aún es la máxima anotadora con récord de 1819 puntos.
En 2012 finalmente tocó la gloria, subiéndose a lo más alto del podio olímpico en Londres. Fue la ganadora en esa final que todos recordamos a detalle porque su principal oponente fue nuestra Yarisley Silva, superada por la falta que cometió sobre 4.45m, iniciando el concurso.
Stuczynski no era santa de mi devoción. Lo mío era la Isinbayeva, ustedes saben. Y aunque aquí sigo 100% fan a su clase, su genio y a su ingenio, aprendí a respetar a Jenn, a admirarla. Llegar a la garrocha tarde y situarse entre las mejores del mundo no es algo que podamos hacer todos. Saltar sobre los cinco metros, mucho menos.
Jenn Suhr es una de las cuatro mujeres que lo ha hecho, la segunda si lo ordenamos cronológicamente y la que más alto se ha elevado en escenarios techados. El récord indoor es de ella: 5.03m hechos en Brockport en 2016. Tampoco es cosa fácil saltar 4.85m con 38 años, o decir adiós a los 40, habiendo saltado 4.60m hace unos meses así, como quien no quiere las cosas.
En esas condiciones Jenn ha anunciado su retiro. Se va, sin dudas, una leyenda.
Nos debemos una charla. Honor a quien honor merece.