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Hizo el chequeo del vuelo temprano, cuando vio una multitud de muchachos altos con sudaderas azules y rojas.»Es el equipo de atletismo que viaja para el mundial «, comenta la trabajadora que atiende a los viajeros.

Ella los mira con total naturalidad,nunca ha sido muy devota de los deportes.En su casa hay un solo televisor, y la hora de ella es la hora de ella , no valen eventos deportivos que valga.
Mientras avanza por el pasillo largo del aeropuerto ya en la llamada frontera , divisa un señor alto , alto que no es un pino , es un gigante de pelo crespo, y andar pausado.Es Alberto Juantorena.
La señora avanza ya hacía el avión, hace su entrada,saluda a las aeromozas , busca su asiento, detrás de primera clase, D4, se acomoda.

Cuando hace su entrada Juantorena y le dice «buenos días ,yo voy a hacer su compañero de vuelo», ella lo mira con los ojos bien abiertos, y con una sonrisa.Se sienta el gigante a su lado, pero no sabe cómo acomodarse el cinturón, ella lo ayuda.»Imagínese tanto tiempo corriendo,y aún no se montarme en los aviones.»

Sonríe la señora y una vez terminado el trabajo del cinturón le dice :»¿Usted cree que yo no sé quién es usted ?Es imposible no reconocerlo Alberto Juantorena.
Y mientras él escucha con asombro , la historia en común que tuvieron hace 40 años, cuando en los años 80 del siglo pasado , ella le sirvió arroz y huevo frito con platanitos, en casa de su suegra que tenía un hijo en el equipo nacional de polo acuático y que Juan conocía.
Al llegar el vuelo a su destino , se despidieron como dos amigos. !Que chiquito es el mundo !diría él.Es que en el deporte de la vida, las distancias se acortan.

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